(M. F. Cornejo
Me refugie en tus brazos.
mis lágrimas ardientes
rodaron por tu pecho.
Me acariciaste el pelo.
Tus manos contenían
como un mágico ungüento
que mitigo mi pena.
Enjuagándome el llanto
te pregunte muy quedo: -Madre
¿Por qué has tardado tanto?-
Antes de responderme
posaste, dulcemente,
sobre mi rostro un beso:
-Mi niña; ¡estoy tan lejos!,
y no siempre hallo abierta
esta angosta vereda
que me trae a tu sueño-.