Dormida
en lo profundo
de mi
noche
no
escuche que la aurora
me
llamaba.
No pensé
que su luz
necesitara
del
oscuro cobijo
de mi
sombra.
Ella era
el resplandor.
Yo las
tinieblas.
Su
pedestal de piedra.
El mío
de barro.
Por no
darle mi pena
obvie la
suya.
Hoy, que
no puedo compartir
su
desamparo,
lloro el
ocaso
de un
tiempo sin retorno.
Y es mi
pena, el castigo:
No
despertar jamás
en su
alborada.